CIENCIA, RAZÓN Y EDUCACIÓN
La ciencia es ante todo una manera de acercarse al mundo, mejor dicho, es la manera de poder conocer la Naturaleza con cierta garantía de éxito ante esta colosal tarea. En nuestra historia reciente ha nacido, por un lado, de una profunda reflexión sobre la verdad y sus límites y, por otro, de una –dolorosa- toma de conciencia de nuestra insignificancia epistemológica. Esa poderosa contrición, llevada a cabo en el ámbito de la filosofía occidental, ha servido de vacuna contra los desvaríos del fanatismo, el prejuicio y la credulidad sumisa, y ha contribuido a alumbrar un método de trabajo que, paradójicamente, nos ha llevado a tal nivel de poder sobre la Naturaleza que quizás ahora sintamos el vértigo, por no estar a la altura como especie, de este delicado gobierno.
La filosofía griega comenzó con las especulaciones físicas y seguramente esto no ha sido una casualidad, ya que el mundo inanimado permite formar la noción de un Cosmos ordenado y cognoscible, con más facilidad que la exuberante variedad de la vida o la complejidad, aparentemente caprichosa, de la naturaleza humana. La idea griega de Cosmos derivó en razón y a alguna de sus más brillantes figuras se le ocurrió definirnos, seguramente más como deseo que como realidad, como animales racionales. La razón, tamizada por la revolución científica de los siglos XVI y XVII, y sobre todo por lo que hemos dado en llamar la Ilustración, se ha convertido en la seña de identidad del mundo moderno y ya sabemos, después de atravesar el siglo XX, que cuando duerme, o la dejamos dormir, toda una caterva de monstruos están dispuestos a campar por ese sueño convirtiéndolo en pesadilla.
A pesar del deseo de Aristóteles, no somos animales racionales, o si decidimos mantener la fórmula, somos más animales que racionales. No hay más que darse un garbeo por los noticiarios para comprenderlo. La civilización, la razón, el amor a la verdad y a la mesura que la dificultad en su logro impone, son logros básicamente culturales, es decir, o se transmiten y se cultivan, o simplemente perecerán desintegrados entre el griterío, el ruido y la furia. O también podemos pasear por nuestras aulas: la superstición, el desinterés por el conocimiento, la validez del argumento de la fuerza (valga la contradicción), la dificultad en los usos y maneras de la discusión racional, nos recuerdan que aquellos valores que hemos aprendido en nuestra relación cognoscitiva con la Naturaleza deben ser transmitidos a las siguientes generaciones contribuyendo a la formación de una racionalidad que se nos antoja imprescindible en nuestros adolescentes y en el futuro de nuestro mundo.
¡Menudo reto!
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