Revista Digital de Ciencias Bezmiliana ISSN:1989-497X

CIENTÍFICOS ANDALUCES. UNA APROXIMACIÓN HISTÓRICA

Si preguntamos a nuestros alumnos de bachillerato científico si conocen el nombre de algún pintor andaluz, sin dudar, rápidamente nos darán algunos nombres: Velázquez, Murillo, Picasso, tal vez Julio Romero de Torres o algún otro. Resultado igualmente satisfactorio hallaremos si les pedimos que nos digan algún poeta de nuestra tierra: Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado (alguno puede que mencione también a su hermano Manuel), García Lorca, Alberti, Aleixandre, etc. Sin embargo, se sorprenderán si les decimos que nos indiquen el nombre de algún científico andaluz.  Acaso alguno de ellos, con cierto descaro, se adelante a sus compañeros y afirme con rotundidad: “no hay científicos andaluces”. El experimento arrojará un resultado no mucho más halagüeño si los interrogados son estudiantes universitarios de carreras científicas, o incluso licenciados. ¿Realmente no podemos encontrar en el transcurso de nuestra historia a ningún científico andaluz notable? Ciertamente hemos destacado más en el ámbito artístico, pero ello en absoluto significa que en Andalucía no se haya desarrollado una labor científica de interés, con ciertos momentos históricos nada desdeñables (pensemos por ejemplo en al-Andalus o en el esplendor del siglo XVI, tras el descubrimiento del Nuevo Mundo). Creemos conveniente pues dedicar unas líneas al respecto, señalando de forma concisa la aportación de algunos de nuestros sabios e investigadores.

    Comencemos por la Bética romana. El pensador estoico hispanolatino Séneca (Córdoba, siglo I d.C.) no sólo escribió importantes tratados de filosofía moral, sino, como nos ha enseñado López Piñero, debemos considerar también su contribución científica, contenida fundamentalmente en sus Quaestiones naturales, donde se abordan temas físicos, astronómicos, meteorológicos y geológicos (destacable es su descripción de los terremotos y los volcanes, así como, basándose en observaciones propias, su defensa del carácter de cuerpos celestes de los cometas, en contradicción con las teorías de Aristóteles, quien consideraba el cielo inmutable). Del siglo I es asimismo Columela, natural de Cádiz. En su memorable obra, con doce partes, De re rustica, hace una muy detallada exposición de la agronomía de la época, con abundante información práctica: condiciones de los terrenos, plantaciones de las diferentes especies, sus cuidados, enfermedades, etc. Tuvo gran influencia en la agricultura posterior, particularmente en la de al-Andalus y la de la España cristiana medieval.

    En el período visigótico mencionaremos a San Isidoro de Sevilla, arzobispo de esta ciudad, que nació en Cartagena hacia el año 560 y murió en el 636, autor de algunos textos de temática científica, entre ellos un compendio de cosmología que dedicó al rey visigodo Sisebuto (De la naturaleza de las cosas), que fue su discípulo y escribió sobre los eclipses. No obstante, la principal contribución de San Isidoro es su monumental diccionario enciclopédico titulado Etimologías, dividido en veinte partes, algunas de las cuales versan sobre matemáticas, astronomía, medicina, anatomía humana, zoología, geografía, meteorología, geología, mineralogía, botánica y agricultura. Si bien son conocimientos tomados de otros autores y los asuntos son tratados sucintamente y de forma poco crítica, San Isidoro de Sevilla compiló en sus Etimologías el saber clásico, ejerciendo su obra una enorme influencia posterior; fue el libro más difundido durante gran parte de la Edad Media.foto1



    A mediados del siglo IX se inicia en al-Andalus (la parte de la Península Ibérica de cultura islámica y de lengua árabe) una actividad científica de interés. En dicho siglo surgen importantes novedades en este territorio, con la introducción y difusión del papel, el gusano de seda, frutas y verduras, el juego del ajedrez, etc. Se introduce y se consolida la numeración de posición, utilizándose las cifras que hoy llamamos “árabes”. Las disciplinas científicas en las que más y mejor se trabajó entonces fueron la astronomía, la botánica, la agronomía, la medicina y, por supuesto, las matemáticas. El andalusí Abbas ibn Firnas, de aquel siglo, natural de Ronda, fue un astrólogo que destacó por dar a conocer las tablas astronómicas indias, útiles para el cálculo de los movimientos planetarios y los eclipses, entre otras cosas. Estas tablas ejercieron una influencia decisiva en la astronomía práctica europea. Asimismo construyó un planetario, un reloj de agua (clepsidra) y una esfera armilar. Como anécdota diremos que intentó volar, consiguiendo tan sólo planear un poco, con la consiguiente caída. La labor de los astrónomos andalusíes es realmente destacable y digna de mención; incluso surgió un movimiento opuesto a las teorías cosmológicas de Tolomeo que se desarrolló en al-Andalus durante el siglo XII. En esta centuria encontramos también importantes médicos andalusíes, como Avenzoar (1092-1161), miembro de una familia de tradición médica, que tras residir en Denia se trasladó a Sevilla. Escribió un tratado de gran valor en el que, entre otras cosas, describía los tumores, la pericarditis o la inflamación del oído medio. Figura clave de la época es el cordobés Averroes (1126-1198). Este filósofo hispano-musulmán, además de otras materias, estudió física, astrología, matemáticas y medicina. Su obra tuvo una enorme influencia en Occidente, particularmente por su estudio de Aristóteles; en ella comenta las ideas del gran sabio griego y añade las suyas propias. Averroes apuntó errores e insuficiencias en los sistemas astronómicos de Aristóteles y Tolomeo. En el campo de la medicina intentó incorporar el pensamiento filosófico y biológico de Aristóteles a la obra de Galeno. De esta época es la máxima figura medieval de la medicina y el pensamiento judíos: el cordobés Maimónides (1135-1204). Sus ideas médicas sintonizaban con las de Averroes, pero con un enfoque más práctico. Uno de los últimos médicos andalusíes destacables fue el almeriense Ibn Jatima (que murió en 1369). Estudió la epidemia de peste de 1348-51 y escribió un libro sobre el tema en el que, basándose en sus propias observaciones, expuso con claridad la noción de contagio.



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