UNO PARA TODOS
FERNANDO MOLINO SERRANO
GANADOR DEL I CERTAMEN DE RELATOS DE CIENCIA FICCIÓN ORGANIZADO POR EL CLUB CIENTÍFICO BEZMILIANA EN LA CATEGORÍA DE BACHILLERATO
En la habitación dos pares de ojos se miraban fijamente, sin pestañear. Unos reflejaban miedo, angustia y desesperación, y una luz blanca desgastada que se enciende solo en aquellos ojos que saben que se apagarán para siempre. El otro par de ojos reflejaba odio, maldad y la luz de un fuego que ardía vivamente. Los dos corazones palpitaban a toda velocidad. Entonces sucedió. Gritó y apretó el gatillo varias veces hasta vaciar el cargador descargando su ira en cada disparo. Exhaló y el cuerpo del científico cayó al suelo inerte y con el rostro desfigurado por las múltiples balas infectadas de odio. La luz de sus ojos se había extinguido. ... El objeto que buscaba en la habitación ya no estaba allí.
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Estaba nervioso. Intentaba disimularlo como podía pero el periódico tembloroso que sostenía y la cantidad de cigarrillos apagados en el cenicero le delataban. La estación estaba vacía, apenas un grupo de jóvenes, un encargado de la limpieza, un hombre trajeado y él se encontraban allí a esas horas de la madrugada.Miraba fijamente a la papelera que ocupaba un lugar en la columna central del andén de metro. Esta permanecía en su lugar inalterable, tan solo por un vagabundo con ropas harapientas que en una ocasión se acercó a rebuscar en ella.Por fin sucedió. Un hombre descendió por las escaleras del extremo del andén, se acercó al cubo de basura y arrojó en él un maletín de cuero negro. Esperó cinco minutos y se acercó a recoger el maletín. Subió las escaleras y apareció en mitad de una gran avenida. Llamó a un taxi y se montó en él.
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Estaba eufórico, orgulloso y satisfecho. Más de cuatro años de investigación habían dado por fin sus frutos. Días y noches de trabajo sin descanso habían desembocado en unos pequeños tubos de ensayos que contenían la sustancia buscada.En los últimos seis años un virus mortal amenazaba a gran parte de Europa. Se había propagado desde Asia y en los últimos dos años los muertos se contaban por miles.El problema fue tan espontáneo que se tardó mucho tiempo en comenzar las investigaciones, pero al fin lo había conseguido.Una sustancia que inyectada en el ser humano desarrollaba el sistema inmunológico del paciente hasta tal punto que era capaz de crear anticuerpos para casi cualquier virus conocido apenas al mismo tiempo en que este es infectado.Ahora solo faltaba una cosa: llevar las muestras del producto a los laboratorios del Estado en la capital del país para que desarrollen y comercialicen la formula. Aun así había un pequeño problema. El doctor sabía que otra empresa de medicamentos había obtenido la formula de su producto con el fin de comercializarlo cobrando grandes cantidades de dinero por él. Esto solo sería posible si impedían que su laboratorio le cediera los derechos al gobierno de la nación y para ello sabía que irían a hacerle una visita. A las ocho de la mañana del día siguiente el profesor escondió en un maletín los medicamentos y se los dio a su hijo que se encargaría de todo el proceso si a él le pasaba algo. A las doce del mediodía de esa misma tarde el ilustre científico yacía muerto en su despacho.
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Aún quedaban varias horas de camino hasta la capital. Estaba muy, muy impaciente. Notaba que desde hace rato le seguían. Agarraba el maletín con mucha fuerza y sudaba un sudor frió. Miró por la ventanilla. Contempló el paisaje durante un rato. Unos chiquillos jugaban a la pelota, alguien empujaba a una vieja al suelo y le robaba descaradamente el bolso, la policía cacheaba a adolescentes en busca de algo de marihuana que fumarse entre horas mientras dejaba huir al verdadero delincuente y un hombre pateaba a un perro que hurgaba en su cubo de la basura en busca de algo que comer.Dentro del vagón las cosas no iban mucho mejor. Un pasajero discutía vivamente con el regidor porque no aceptaba que le hubiesen sentado al lado de una persona de otra etnia, concretamente árabe, y un padre malhumorado acallaba a su hijo llorica con un buen guantazo en la boca. Mil pensamientos por segundo abordaban su cabeza. ¿Realmente merece el ser humano ser salvado?, ¿Era esta la raza por la que él debía darlo todo? El virus probablemente no era sino otra consecuencia del trato que esta especie tenía con la madre tierra con motivo de la avaricia que le caracterizaba. Aun estaba a tiempo de echarse atrás.El dilema moral que se le planteaba en su cabeza fue pronto acallado por el aviso que le anunciaba que había llegado a su destino. Se levantó intentando pasar desapercibido para apearse en el andén pero, como ya esperaba, una sombra en la pared daba a entender que alguien junto con él se levantaba también de su asiento.Caminó durante un cuarto de hora por las calles de la oscura ciudad y se paró al ver en el escaparate de la callejuela se reflejaba un hombre trajeado situado justo detrás suya. Su hora había llegado. El hombre disparó limpiamente el arma desde la oscuridad y silenciosamente se acerco al cadáver para arrebatarle el maletín.Se dirigía con sigilo y en la penumbra hacía el puente que cruzaba el río que atravesaba la ciudad. Abrió el maletín con la intención de arrojar su contenido pero…Estaba vació. El engaño le pareció evidente, y se maldijo por no haberse dado cuenta antes. Creía haber estado siguiendo al hombre correcto pero sin duda estaba equivocado.Alguien en estos momentos llevaba irremediablemente los medicamentos hasta los laboratorios en el otro extremo de la ciudad.
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A la misma hora, un hombre se quitaba las mugrientas ropas de vagabundo y una barba grisácea postiza. Se encontraba sentado al lado de varios científicos y políticos y delante de muchos periodistas de distintos medios. Aquella rueda de prensa se salía de lo común.
Triste, y no seguro de haber hecho lo correcto, empieza a contar la historia de cómo su padre creó la medicina que cambiaría el curso de la humanidad y la ciencia moderna y de cómo la sed de poder de empresas farmacéuticas les lleva a límites inhumanos para conseguir sus propósitos. Comienza en la sucia papelera de una estación de metro perdida entre túneles y edificios.
Fernando Molino Serrano es alumno de 2º de Bachillerato en el I.E.S. Bezmiliana