Ha sido el incansable promotor de la educación José Antonio Marina el que ha popularizado un dicho africano: Para educar a un niño hace falta la tribu entera. Este aserto que normalmente se ha adjuntado a afirmaciones optimistas sobre el valor social de la educación tiene, como cualquier otro planteamiento, su lado oscuro: aquél por el cual la tribu parece empeñada en echar por tierra esa hermosa labor conjunta. Por ejemplo, cuando la tribu queda encandilada por la brutalidad, por la incultura, por la bronca o el puñetazo en la mesa, por los titulares groseros, por los entrenadores chulescos, por la falta de civismo o el poco respeto a la verdad, huyendo asustada de la complejidad y la sutileza en la que se ha convertido nuestra vida. O, por ejemplo, cuando los responsables correspondientes deciden incompetentemente echar por tierra la labor de tantos y tantos.
En sólo una semana hemos tenido una desmoralizante confluencia de dos ejemplos de esto último. El físico Diego Martínez Santos que, en un argumento que parece sacado de la mente de Kafka, recibió el mismo día dos notificaciones: la de la Sociedad Europea de Física nombrándolo el mejor físico europeo del año y la de la comisión que evalúa el programa de becas Ramón y Cajal denegándole la beca que le permitiría volver a España alegando “falta de liderazgo”. La bióloga Nuria Martín fue víctima de un ERE en el Centro de Investigación Príncipe Felipe de Valencia. Al parecer el sólido criterio usado para decidir quién salía era el costo del despido. A ella le tocó la bola negra. En EEUU, concretamente en Oregon, la acogieron y ahora ha participado en el grupo que ha conseguido la clonación de células madre humanas. Cuando este conocimiento se transforme en salud pagaremos contentos los derechos a otros que se han aprovechado de nuestro trabajo.
¿Cómo no resoplar y perder fuelle ante esto? Diego y Nuria son, ante todo, productos de su trabajo y de su esfuerzo, pero en su excelencia también ha florecido la semilla depositada por gran cantidad de personas que se dedican a la educación en general y en particular a la divulgación y la enseñanza de la ciencia. A los cientos de miles que trabajamos con el norte de conseguir aumentar el cupo de Diegos y Nurias en nuestra carpetovetónica sociedad, ¿qué les decimos para que ignoren este golpe y continúen como si no hubiera pasado nada? ¿Cómo darle ánimos en este aciago momento a esa parte de la tribu dedicada a elevarla, a mejorarla, a hacerla más sabia? ¿Cómo acallar el murmullo interior causado por este puñetazo en la mesa de la estupidez?