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                                            Estructura de la zeolita ITQ 33

El Instituto de Tecnología Química (ITQ) de Valencia empezó en un aparcamiento, al que le pusieron paredes, con tres laboratorios, 12 millones de pesetas (73.000 euros) y un puñado de investigadores. Corría el año 1990 y la cosa parecía francamente precaria. El ITQ partió de cero, de la mano de Avelino Corma, y se ha convertido desde entonces en uno de los centros de referencia en su campo, los procesos catalíticos. Maneja un presupuesto de 3,5 millones de euros al año, la mayor parte del cual proviene de su propia facturación. Tiene su sede en un auténtico edificio, en el campus de Vera; da trabajo a 90 personas, y, en los últimos tres meses, ha publicado dos de sus descubrimientos en revistas tan prestigiosas como Science y Nature.
En la primera, publicó un catalizador formado por nanopartículas de oro que permite reducir exclusivamente el grupo nitro de una molécula, sin alterar el resto de grupos. Ello supone prescindir de posteriores procesos de separación y evitar la generación masiva de subproducto. Y en Nature publicó hace pocas semanas la zeolita ITQ-33, un material nanoestructurado, poroso, que funciona como un tamiz molecular, con posibles aplicaciones en dispensación de fármacos y en electrónica. El diámetro de los poros es de 1,24 nanómetros, significativamente mayor del que hasta entonces se creía posible alcanzar.
La investigación básica y aplicada del Instituto cubre campos que pueden parecer muy alejados entre sí. Desarrolla catalizadores para procesos intermedios de química fina; moléculas y productos finales para la producción de fármacos y para las industrias de los perfumes y de la alimentación. Y trabaja en el terreno de la transformación de biomasa en energía; las células fotovoltaicas, el almacenamiento de hidrógeno y las pilas de combustible.
Pero su línea más exitosa, por la que su nombre suena en los despachos de las principales compañías petroleras, como Repsol, Cepsa, Exxon, British Petroleum, Chevron, Total y Shell es la que ha dado lugar a una larga lista de zeolitas, las nanoestructuras cristalinas que actúan como catalizadores.
De sus laboratorios han surgido cerca de 90 patentes. Algo menos de la mitad, desarrolladas  con empresas. Del resto, 30 han sido licenciadas y ocho se utilizan de forma comercial. Los ingresos que generan, unos 350.000 euros al año, contribuyen, en parte, a la compra de equipos, el pago de becas y el mantenimiento de una política científica singularmente autónoma.
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 http://www.elpais.com/articulo/futuro/singular/criatura/Avelino/

Fuente: www.elpaís.es   

Autor: Ignacio Zafra