Los trabajos de un grupo de investigadores de la Universidad de Miami y los 34 minutos de agonía de un reo ejecutado el pasado diciembre han provocado que 11 Estados suspendan temporalmente la aplicación de la inyección letal por considerarla un castigo “cruel”.

                             

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La inyección letal se popularizó en Estados Unidos a partir de los 80 como una alternativa “más humana” a otros métodos de ejecución (silla eléctrica, horca y pelotón de fusilamiento). Hoy en día es la principal forma de imponer la pena capital en 37 de los 38 Estados en los que está en vigor. 

Sin embargo, varios acontecimientos han puesto en entredicho esta “humanidad” y 11 Estados han interrumpido las ejecuciones hasta que se aclare esta cuestión. El caso más llamativo ocurrió el 13 de diciembre de 2006, cuando Ángel Nieves Díaz fue ejecutado por inyección letal en la Prisión Estatal de Florida. Agonizó durante 34 minutos hasta que los funcionarios le administraron una segunda dosis. 

Este ejemplo ilustra lo que al parecer sucede en algunas ejecuciones. El tiopental sódico (anestésico), el bromuro de pancuronio (bloqueante neuromuscular) y el cloruro potásico (electrolito), los fármacos que componen la inyección, no tienen un efecto letal tan inmediato como a priori se pensaba. 

A pesar de la espuria relación que la inyección letal tiene con la medicina, la plana mayor de la revista ‘PLoS Medicine’ explica en un editorial que la publicación del trabajo de Koniaris “obedece a la necesidad de ser francos en la discusión pública y reflexión acerca de la pena de muerte”. 

Tanto los editores de esta cabecera como los autores del estudio han manifestado su oposición total a la pena capital y han puntualizado que su intención no es mejorar los protocolos de ejecución sino acabar con ellas ya que, como señala el editorial, “no hay una forma ética de establecer la humanidad de procedimientos para matar personas que no desean morir”. Como rezan algunas pancartas enarboladas por los detractores de la pena de muerte, “el ojo por ojo deja ciego al mundo”. 

Autora: Cristina de Martos 

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